viernes, 8 de marzo de 2013

pensando en la mujer.... en el encuentro...

Pensar-actuar-vivir otros paisajes éticos:
Denise Najmanovich

Hoy quiero presentar esta narración en  un paisaje diferente  al  usual en la reflexión académica. Con ese objetivo voy a presentar una cita del libro-homenaje de Margarete Buber-Neumann a su gran  amiga Milena Jesenská, titulado “Milena”. Se trata de un episodio que vivieron estas portentosas mujeres en el Campo de Concentración donde se conocieron: 

Una amistad íntima es siempre un regalo fabuloso. Pero si esta fortuna, además, tiene lugar en el descorazonador ambiente de un campo de concentración, puede convertirse en el único sentido de la existencia. Estando juntas Milena y yo superamos el insoportable  presente. Pero nuestra amistad, con su fuerza y exclusivismos, se convirtió también en algo más: una abierta protesta contra la humillación. Las SS podían prohibírnoslo todo, degradarnos convirtiéndonos en números,
amenazarnos con la muerte, esclavizarnos: en los sentimientos que nos unían seguíamos siendo libres e  intocables. Habíamos llegado a finales de noviembre cuando por primera vez nos atrevimos a tomarnos de la mano, cosa que estaba severamente prohibida. Íbamos así en la oscuridad por el callejón  del Campo, en silencio, con extraños pasos largos semejantes a los de una danza, contemplando la pálida luz de la luna. El viento estaba totalmente calmado. En algún lugar, fuera, lejos de nosotras se arrastraban los chanclos de madera de las demás. Para mí solo existía la mano de Milena en la mía y el deseo de que nuestro encuentro no terminara. Entonces  sonó la sirena del toque de queda. Todas corrieron hacia los barrancones. Pero nosotras dudábamos, no queríamos separarnos, nos cogimos con más fuerza. Los gruñidos del vigilante se acercaban más y más aún...


He elegido este párrafo porque me  ha conmovido profundamente, porque presenta de una manera a mi juicio enternecedora y terrible nuestra frágil y potente condición humana y también porque todo ello reclama profundamente por una nueva perspectiva para pensar tanto la corporalidad como la subjetividad, lo personal y lo social, lo ético y lo estético. Reclama que seamos capaces de
encontrar nuevas metáforas, que sólo podrán nacer a partir de nuevas formas relacionales, de búsquedas que estimulen  las prácticas de la libertad y el entramado de los afectos, que sigan el camino de las “pasiones alegres” y que así nos alejen de la tenebrosa sombra de los Campos.
Frente a esta inmensa expresión de  humanidad no podemos ubicarnos como meros espectadores. Más aún desde esa  perspectiva desapasionada y neutral probablemente no veríamos nada: el gesto se diluiría en el conjunto de los otros cuerpos y signos. La inmensidad del gesto salta a la vista sólo cuando somos capaces de resonar con él, de entramarlo en nuestra historia, de percibir a través
de otros cuerpos (los de las letras) este momento mágico, esa comunión de dos seres en, por y a través de sus cuerpos significados, emocionados, vivos a pesar de las instrucciones, de las reglas del campo, de la maquinaria de dominio, de las razones en contrario.
Es cierto que el gesto podría haber sido  otro, pero también es necesario darse cuenta que sea cual fuere ha de ser corporal y ha de cobrar sentido en función de nuestra historia, sensibilidad, búsquedas,  expectativas y capacidad imaginaria.
Los encuentros –y desencuentros humanos- no se inscriben en una sola dimensión. Dibujan siempre paisajes complejos formando configuraciones y constelaciones multidimensionales.  ¡Qué pobreza sería si encerráramos a Margarete y Milena sólo  en un cuerpo biológico! ¡Qué limitación suponer que el sentido está establecido de una vez  para siempre en la gramática! ¡Qué lamentable pérdida si no nos vemos a nosotros mismos produciendo en nuestro encuentro con el texto la emoción y el sentido que le dan cuerpo a esta escena!
Más aún, ese paisaje cobra profundidad y relieve en la estética grisácea y patética de los campos, entre los gritos de los guardias y el temor de las otras prisioneras, en el recuerdo de los testimonios que hemos escuchado de los sobrevivientes, ante las imágenes siniestras de infinidad de películas que hemos visto. Los cuerpos de esos pabellones aterradores, los delantales y los chanclos, el humo de
los crematorios forman parte de la trama  corporal, inmensamente significativa, que se teje en esta historia.  
Este paisaje sólo se siente a partir de una ética, se crea desde una estética, cobra sentido en una corriente de vida, adquiere su intensidad en lo político, nos conmueve en nuestra emocionalidad, nos golpea desde su significado, nos impulsa desde su intensidad, nos deja en silencio en su desborde de posibilidades. En suma: hacemos cuerpo con el relato y participamos de su significado.
Desde que la leí esta historia por primera vez, llevo grabada la imagen de esas dos mujeres asombrosas caminando de la mano por el Campo de concentración, creando un paisaje propio para habitar su  humanidad -y hasta la nuestra- en un gesto de ternura e irreverencia impensable  en la  lógica de la disciplina y la fatalidad del campo pero posible, vivo y potente en los paisajes que crea el afecto, la vitalidad y la lucidez.  Para gozar este paisaje tenemos también nosotros que salir de las estrechas casillas que cuadriculan la experiencia según los cánones de la modernidad. Precisamos crear  figuras de pensamiento que desborden los diques que contienen al cuerpo dentro de la “máquina biológica”, que hacen del significado un mero formalismo planeando  en el mundo límpido de la gramática universal, que desprecian la emoción y la sensibilidad porque las suponen fuente
de error para una razón (que paradójicamente suponen independiente e inconmovible). Se trata entonces de formar otros “corpus” de sentido, de buscar otras tramas posibles, de entramar el cuerpo al sujeto y éste a los otros y al cosmos en innumerables historias posibles y cada vez más necesarias.

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